Reflexiones

Cosas que extraño de ser niña

1. La decisión más difícil que tenías que hacer en la vida era qué sabritas comprar: Nada de universidades, empleos, lidiar con gente odiosa. Solo cinco pesos (sí, en ese entonces cinco pesos) y un mundo de sabritas frente a tus ojos. Ruffles con crema y especias… mmm…

2. Nadie te juzgaba por ir descalzo por el mundo: Lo admito, en mi boda estuve descalza la mayoría del tiempo. Me vale. Pero si fuera chamaca, nadie me miraría con malos ojos. Con gusto me lavarían las patitas llenas de tierra. Pero ya no.

3. Tonterías sin remordimiento: Me encanta decirle a los niños “ya quiero que estés grande para contarte lo que acabas de hacer y que te de mucha vergüenza“, pero la verdad, es que tal vez tengo un poco de envidia. Los niños, en su inocencia, hacen lo que bien les parece, sin miedo y si penas. Libertad.

4. Tiempo para ser lo que sea que quieras ser: Un día se te antojaba agarrar un cepillo de dientes viejo y buscar piedritas bonitas en la cuadra, ya eras todo un arqueólogo. Al siguiente, buscar moscas en las ventanas y observarlas bajo una lupa. Pero la siguiente semana olvidabas la ciencia y bailabas como loco por la sala frente a tus osos de peluche. Cientos de posibilidades, todo el tiempo del mundo.

5. Sin miedo a preguntar: ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué no debo correr con tijeras? ¿Por qué no me dejas tomar más soda? Preguntas, preguntas que no temías hacer, y con muchas ganas de aprender con la respuesta. A los adultos nos da miedo preguntar, no queremos quedar como tontos. Preferimos que la gente piensa que sabemos aunque no sepamos nada de nada. Que tristeza, por eso estamos como estamos.

Y tú, ¿qué extrañas de ser niño?

Menos de un mes.

Menos de un mes.

A cuatro años y medio de haber querido estudiar teatro mientras mi mamá me decía “estás pero que bien loca”, en menos de un mes acabo mis materias de Químico Biólogo Clínico.

Íngasu, que miedo.

Jajaja nah, todo bien. No… no es cierto. Tengo miedo. Mentira, casual.

Ok, ya.

La verdad es que me emociono. Otra etapa. Extrañaré ser estudiante universitaria, pero sé que vienen cosas muy interesantes. Aquí unas cuantas cosas que aprendí en estos cuatro años y medio, que no tienen nada que ver con mi carrera:

1. No te cierres a lo que “siempre quisiste estudiar”:

Como ya les dije antes, el bichito de la actuación me picó en mis años preparatorianos. Según yo, quería ser actriz. Mi mamá me dijo NO y pues me acordé que en la secundaria me gustaba la química. Y me metí a estudiar química. Ahora, no digo que estudies lo que te dicen tus papás, pero sí es MUY MUY MUY buena idea escuchar lo que tienen para decir y escucharlo con la cabeza fría. Resulta que el teatro más bien fue una etapa para mí (a pesar de ser algo que aún disfruto mucho) y nunca jamás en la vida me arrepentiré de haber estudiado Químico Biólogo Clínico.

2. No estás estudiando “ser algo”:

Cuando me preguntan qué estudio, para no hacerles el cuento largo, solo digo “para ser de esos que sacan sangre y hacen análisis en los hospitales” (en serio, si digo Químico Biólogo Clínico solo ponen cara de ‘what?‘). Pero, en realidad, la carrera es para enseñarte un abanico de herramientas para que las uses COMO SE TE DE LA GANA cuando te titules. Por ejemplo, en los últimos semestres de mi carrera descubrí un área (divulgación científica) a la que me encantaría dedicarme. Así que para allá le estoy tirando, no me interesa trabajar en un laboratorio de hospital, prefiero escribir, enseñar, divulgar. ¿Y tú?

3. Invertir, invertir, invertir:

Hace un tiempecito escuché una TedTalk de una psicóloga que iba en contra de la idea esa de que “los treinta son los nuevos veinte”. ¿En qué sentido? Bueno, la juventud de ahora se ha vuelto algo perezosa. Salen de la universidad sin saber qué quieren hacer, agarrar cualquier trabajo y ahí se la pasan. Llegan los treinta, siguen en ese cualquier trabajo y así se va la vida. No hay enfoque, no hay dirección. Pero hay que invertir. Descubrir qué es lo que quieres hacer con tu carrera e invertir. Que lo que leas, te lleve a saber más de lo que quieres hacer. Que el trabajito que agarres, te de habilidades que te serán útiles para lo que quieres lograr. Y siempre seguir con la vista en la meta. No acomodarse. Aprender, aprender, aprender. Invertir.

Así que me queda menos de un mes. Ya no seré estudiante universitaria, pero siempre seré estudiante. Y eso me pone contenta.

“Me gusta tu estilo”

Estaba yo, muy quitada de la pena, en el baño de la congregación. Lavándome las manos, casual… lo de siempre. Entonces, entraron dos chavitas que conozco desde hace ya varios años.

Me gusta tu estilo.” me dijo una de ellas, mientras me miraba en el espejo.

¡Ja! Si yo no tengo estilo.” contesté.

Si tienes.” terminó sencillamente.

Y me fui.

Me fui pensando. Porque, en serio (de verdad, se los prometo), me considero una persona sin “estilo”. Y por “estilo” me refiero a todo eso que vemos en las páginas de moda de hoy en día. Accesorios bonitos, maquillaje perfecto y ropa adecuada para cada ocasión. Todo acompañado de un cuerpazo, por supuesto.

Pero bueno, si una chica de 12 años dice que tengo estilo, tengo que tenerlo… ¿no?

Entonces, como siempre, me fui a acosar a mis compañeros de la Real Academia Española:

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Conclusión de mi exhaustiva investigación: el estilo es algo propio, personal.

TODOS tenemos estilo. Algo que nos define, nos distingue. Puede o no tener que ver con la forma en que nos vestimos. Pero, yo creo, más que nada, es la forma en que nos proyectamos. Es ese “no se que” que nos hace diferentes a los demás.

Tal vez es tu sonrisa, tu manera de hablar (cofmarthapaolacof), tu sentido de la moda o tu mirada.

Así, que la próxima vez que alguien me diga “me gusta tu estilo”, solo diré gracias. Aunque traiga un chongo y mis lentes de abuelita.

Pensar

No sé si han notado que a nuestra generación no le gusta pasar tiempo solos. Solos cada uno de nosotros y nuestras mentes. Bueno, estoy generalizando con eso de “a nuestra generación“, pero por lo menos he notado que a mi me pasa.

Llenamos cada segundo que hay de soledad. Que si lavo los platos, veo Netflix; que si estoy en el baño, en Twitter; que si antes de dormir, revisar el correo; que si estoy desayunando, mínimo me pongo a leer la parte de atrás del cereal.

Pero nunca nos disponemos a pensar, a reflexionar. Siempre debe haber un ruido externo que nos distraiga de nosotros mismos. Y es que a veces es incómodo dejar que nuestra mente vague. Empezamos a recordar las cosas que nos salieron mal en el día, a darle vueltas a la pelea con el esposo, a pensar en todos las cosas que queremos hacer y no estamos haciendo. Y eso solo nos deprime… así que mejor lleno mi mente de distracciones para no pensar en todas esas cosas.

Pero, ¿qué pasa cuando en ese adormecimiento mental se pierde la capacidad de reflexionar acerca de nuestra persona? Dejamos de crecer. Nuestra mente se vuelve superficial y vacía. No pensamos en los problemas, entonces no existen, entonces no arreglo nada, entonces todo sigue mal. No hay avance, no hay progreso. No hay nuevas ideas, nuevos sueños, nuevas metas.

Rutina.

No tengas miedo de pensar. Pensar es bueno. Inténtalo.

Amá, no quiero ir a la escuela.

Toda madre conoce el reto. Arrastrar hijos fuera de sus camas, obligarlos a que (más o menos) se quiten las lagañas y se enjuaguen la cara, meterles un pan tostado en la boca y subirlos al carro con las quejas y llantos de fondo. La rutina de todos los días.

Y es que para nosotros, los que “tenemos más”, se nos hace fácil despreciar lo que se nos da. La educación, lejos de un tremendo privilegio, se ha vuelto una pesada obligación. Pero no es así para todos. Muchos niños y jóvenes alrededor del mundo luchan cada día por su derecho de ser mejores, de tener más oportunidades y de aprender algo nuevo cada día.

Así llegan a la escuela.

En Indonesia, cruzando el río Ciberang.

En Zhang Jiawan, China. Escaleras sin ningún tipo de protección.

35 niños, un caballo. Nueva Dehli, India.

Puente colgante en la villa china de Shawan

Estudiar es un privilegio, sufrir un poco el tráfico o el autobús horroroso es lo de menos.

Vía digitalpost.