1. La decisión más difícil que tenías que hacer en la vida era qué sabritas comprar: Nada de universidades, empleos, lidiar con gente odiosa. Solo cinco pesos (sí, en ese entonces cinco pesos) y un mundo de sabritas frente a tus ojos. Ruffles con crema y especias… mmm…
2. Nadie te juzgaba por ir descalzo por el mundo: Lo admito, en mi boda estuve descalza la mayoría del tiempo. Me vale. Pero si fuera chamaca, nadie me miraría con malos ojos. Con gusto me lavarían las patitas llenas de tierra. Pero ya no.
3. Tonterías sin remordimiento: Me encanta decirle a los niños “ya quiero que estés grande para contarte lo que acabas de hacer y que te de mucha vergüenza“, pero la verdad, es que tal vez tengo un poco de envidia. Los niños, en su inocencia, hacen lo que bien les parece, sin miedo y si penas. Libertad.
4. Tiempo para ser lo que sea que quieras ser: Un día se te antojaba agarrar un cepillo de dientes viejo y buscar piedritas bonitas en la cuadra, ya eras todo un arqueólogo. Al siguiente, buscar moscas en las ventanas y observarlas bajo una lupa. Pero la siguiente semana olvidabas la ciencia y bailabas como loco por la sala frente a tus osos de peluche. Cientos de posibilidades, todo el tiempo del mundo.
5. Sin miedo a preguntar: ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué no debo correr con tijeras? ¿Por qué no me dejas tomar más soda? Preguntas, preguntas que no temías hacer, y con muchas ganas de aprender con la respuesta. A los adultos nos da miedo preguntar, no queremos quedar como tontos. Preferimos que la gente piensa que sabemos aunque no sepamos nada de nada. Que tristeza, por eso estamos como estamos.
Y tú, ¿qué extrañas de ser niño?